
(imagen sacada de http://www.taringa.net/posts/humor/3913966/Humor-Grafico!.html)
Un sabor seco y amargo me recorría las papilas gustativas cuando me desperté, acompañado de una sensación granulada que no sabía describir… mejor dicho, que no supe describir hasta que escupí el puñado de arena que tenía en la boca. En lugar de salir a dar un paseo matutino dejando que la brisa marina acariciase mi desnudez, miré a mi alrededor con enfado: era la tercera vez que me despertaba con una molestia, solo hacía dos días desde que me desperté rodeado de ciempiés y fue la segunda noche que pasé en la cueva en la que tuve un desagradable incidente con una rama que me impidió sentarme durante los días siguientes… tenía que hacer algo.Mientras me dirigía hacia el barco, prendí un NADA y NO me lo fumé (era una bendición contar con los víveres del barco… y una maldición no tener donde enchufar la televisión del camarote del capitán). Desde que hacía unos días había intentado reformar la cueva no había estado muy dispuesto a hacer manualidades y bricolaje (no podía mantener las patas de la mesa pegadas con saliva, y había utilizado tantos mocos que no podía meterme mucho el dedo en la nariz sin hacerse daño), pero no podía dejar pasar más tiempo durmiendo sin una puerta.
Cuando llegó al barco me di cuenta de un problema extra: las puertas de los barcos son de metal y pesan demasiado… ¿cómo demonios iba a cargar con aquellas puertas por toda la isla? Y sobre todo desde que había cogido aquella afición por los “kebab tropicales” (compuestos principalmente a base de lapas y hojas secas), estaba seguro de que era el único náufrago con barriga.
Debido a mi déficit de atención y a mi incapacidad para solucionar el problema, decidí, desde aquel momento, empezar a ponerme en forma. Me pasé toda la mañana escribiendo en un “folio tropical” (en la arena con un palo) una tabla de ejercicios, consistentes en:
- Series de 100 metros corriendo por la playa.
- Un largo desde la Cala del Muerto hasta el Cabo del Tiburón.
- Series de press de roca.
- Masaje de crustáceos.
La tabla continuaba, pero un soplo de brisa marina se la llevó, y no tuve ánimos para empezarla de nuevo, así que decidí pasar a la acción y dejarme de tablas. En la primera serie corriendo me picaron seis cangrejos, y tuve que dejarlo… nada más me metí en el agua me dio un calambre y me escocieron demasiado las heridas de los cangrejos como para continuar… el press de roca no fue demasiado inútil, descubrí que, mal que me pese, no era tan fuerte como creía que iba a ser de pequeño cuando fuera mayor… y en cuanto al masaje de crustáceos, mejor no hablar del tema.
Así que, renqueante y dolorido, me encaminé de nuevo a la tienda, pensando que, a pesar de no estar en plena forma, por lo menos había sobrevivido a un naufragio, que es más de lo que podrían decir muchos musculitos de gimnasio, y parece que fue aceptar aquello, y encontrarme la solución a mi problema.
Aquella noche encendí un fuego para poder admirar mejor mi puerta nueva (una puerta vieja que había arrastrado la corriente desde no se sabe donde), y pude admirar también el felpudo de “bienvenido a casa” que una octogenaria llevaba entre sus cosas en el equipaje del barco. Aquel felpudo me alegraba, porque, como náufrago y como persona, si no me quiero y me aprecio a mi mismo… ¿quién me va a querer?
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