Algo me ha despertado. La cueva tiene un toque hogareño que me hace sentir orgulloso de mí nuevo y provisional hogar, pero hay algo que me escama. No sé qué es lo que está pasando ahí fuera pero pondría la mano en el fuego a que algo se mueve entre los árboles. Suelto un grito de dolor. Sin darme cuenta, he puesto la mano sobre la hoguera de verdad.
Soplando las quemaduras de la mano mientras me acuerdo de aquella canción infantil que decía “cura sana, culito de rana…” y más cosas que no recordaba, abro la puerta de la cueva y salgo. Ya es de día, pero calculaba que aun era demasiado pronto, las once o las doce del mediodía… solo un loco se levantaría tan pronto.
Durante toda la vida al ser humano le ha preocupado la seguridad… bueno… al capitán del barco no le preocupó demasiado, fe de ello daba el encallado crucero que estaba empezando a coger un color cobrizo a causa del óxido. El caso era que, después de tanto tiempo allí me había dado cuenta de que no me había dado cuenta de lo inseguro que era estar solo en aquella isla desierta, lo cual era muy irónico.
Decido subir al barco y volver a inspeccionarlo todo en busca de algo que me sirviera para defenderme. Sin embargo, un par de horas después descubro que lo único que podría considerar un arma son los huesos del capitán. Cojo el fémur y le echo un crítico vistazo: he de reconocer que lo rebañé bien.
Recordar aquella aventura me ha dado hambre, así que me encamino a la despensa en busca de algo para comer, pero sigo dándole vueltas al tema de la seguridad. Desde que se fueron los demás miembros de la tripulación para no volver jamás no me había sentido solo básicamente porque estaba demasiado ocupado, pero en aquel momento pensaba que no tenía modo alguno de defenderse de los peligros de la naturaleza… aquello le hizo recordar un programa de televisión al que era bastante aficionado antes de aquel crucero: “sobreviviendo a lo pobre”. Iba sobre un ex-dietista que iba en helicóptero hasta un sitio deshabitado, inhóspito y peligroso, para buscar civilización. Durante el transcurso de las aventuras del ex-dietista, comía de todo: desde lombrices hasta búfalos. Tras la primera temporada, el ex-dietista había engordado veinticinco kilos y había contraído una gran variedad de enfermedades. No, definitivamente a mí se me estaba dando mucho mejor, pero seguía sin tener modo alguno de defenderse del ataque de… un lobo, o un caníbal (de nuevo volví a recordar al capitán).
Tras aquella comida decidí que dedicaría toda la tarde a poner trampas que garantizaran que no iba a ser devorado mientras dormía.
Mientras en mi cabeza sonaba “winner takes it all” de Sammy Hagar, fabriqué cuerdas para colgar a la gente de los tobillos, tapé agujeros con ramas secas y muchas hojas, e incluso fabriqué un complicado tirachinas que lanzaba el fémur del capitán. Cuando estaba ultimando los detalles, escuché un ruido detrás de mí, y me giré sobresaltado a tiempo para ver un tejón enseñándome sus dientes con furia. Del susto, eché a correr, tropezando con la goma que activaba el tirachinas, que me golpeó con el fémur en la cabeza, haciéndome caer al hoyo que había tapado con ramas secas. Apenas pude salir del hoyo cuando puse el pie en la cuerda que me dejó colgando del tobillo. “No volveré a poner las trampas tan juntas”, pensé. Sin embargo, la cuerda no resistió y se partió, provocando que me cayera y me golpeara en la cabeza.
−Todo por culpa de ese tejón –murmuré, furioso.
De nuevo, la canción de Sammy Hagar empezó a sonar, y decidí matar a aquel tejón y convertirle en la cena. Conseguí acorralarlo y cogí una piedra para asestarle el golpe final. Pero, de pronto, el tejón me miró con ojillos de cordero degollado, y el determinante rock se convirtió en la canción de cenicienta. ¿Cómo iba a matar a ese pobre animalillo? ¿A caso había estado tan cegado como para no darme cuenta de que en la despensa del barco tenía comida de sobra? ¿O de que los tejones no ponen caras? ¿Estaba tan cegado por el odio y el miedo que ni siquiera me había preguntado que hace en una isla tropical una especie animal propia de Europa y Asia? ¿De dónde salían las canciones? Decidí coger al tejón y convertirle en mi mascota.
Más tarde, mientras estaba cenando junto a mi nuevo compañero, me di cuenta de que probablemente había sido él quien le había despertado, y ya no tenía miedo ni me preocupaba la protección.
Preparé una cama para mi nuevo amigo y yo ocupé la mía pensando en que, si en ocasiones el miedo era demasiado fuerte, la causa era la soledad. En compañía de seres queridos, el miedo era una carga mucho menos pesada.
Cerré los ojos pensando que llamaría al tejón Stallone, por aquella película de pulsos donde sonaba la canción que había estado escuchando toda la tarde. Aquello me hizo pensar en si estaría volviéndome loco, pero decidí que tampoco importaba demasiado a la vista de que, de nuevo, no estaba solo.